jueves, 22 de septiembre de 2011

Julián Marías

JULIÁN MARÍAS IN MEMORIAM

JULIAN MARÍAS “IN MEMORIAM”



El día 15 de diciembre del 2005 falleció en su domicilio de Madrid, acompañado por los suyos y a los 91 años de edad, el filósofo y escritor Don Julián Marías. Como cabía esperar, su muerte fue noticia de primera clase en los medios de comunicación social. Los ecos de la misma, salvo alguna excepción, fueron unánimemente laudatorios y todos los que se precian del uso de la razón en la búsqueda del sentido del ser y de la vida los recibieron con particular emoción. A pesar de tantas expresiones de respeto y admiración hacia el filósofo desaparecido alguien publicó un alegato contra el finado con este título: “Julián Marías y el «liberalismo» o cómo se hace un diccionario de literatura”, al que me he referido en otro lugar.


1. CURRÍCULO PERSONAL

Filósofo, sociólogo y ensayista, Julián Marías nació en Valladolid el 17 de junio de 1914. En 1919 se trasladó con su familia a Madrid donde cursó los estudios de Bachillerato en el Colegio Hispano y después en el Instituto Cardenal Cisneros. Luego cursó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense, en la que se licenció. Eran los años de República (1931-1936). Allí escuchó a Ortega y Gasset, Zubiri, Gaos, Besteiro, García Morente. Se licenció en Filosofía en junio de 1936. Fue militarizado al servicio de la República y escribió para las ediciones de ABC y Blanco y Negro en Madrid durante la contienda. Posteriormente obtuvo el doctorado pero de una manera lastimosa.

A los dieciséis años sintió una gran preocupación por las cuestiones esenciales, la literatura y la historia. Esto explica que compaginara el Bachillerato de Letras con las prácticas de laboratorio de Biología y con las clases de Introducción a la Filosofía de Zubiri, el cual le puso en contacto con los grandes pensadores clásicos como Aristóteles, Platón, San Agustín, Descartes, etc. A los dieciocho años conoció a José Ortega y Gasset, a cuya cátedra de Metafísica acudía diariamente con pasión. Ortega se convirtió para Julián en «un modelo de intensidad intelectual, de un rigor de pensamiento, de una belleza de expresión, que nos parecía la forma más perfecta que se podía alcanzar». No en vano se convertirá en su discípulo predilecto y amigo entrañable.

La verdadera vocación intelectual del joven Marías se vislumbra ya en sus primeras publicaciones en la revista «Cruz y Raya» en 1934 y su primer libro emblemático, «Historia de la Filosofía», apareció en 1941. En él proclama su absoluta e irrenunciable fidelidad a los principios intelectuales de Ortega y Gasset. «Lo hice a sabiendas, con plena conciencia y desde entonces me dediqué a organizar una modesta vida privada, cuyo principio se podía resumir en decir con frecuencia no». Luego siguieron apareciendo obras como «Introducción a la Filosofía», «Filosofía española actual», «Ortega y la idea de la razón vital», «El método histórico de las generaciones», «La escolástica en su mundo y el nuestro», «Antropología Metafísica» y «Breve tratado de la ilusión». Durante la Guerra Civil española fue encarcelado durante tres meses por una falsa acusación siendo liberado en agosto de 1939. Pero se negó a hacer profesión pública de lealtad al régimen por lo que encontró dificultades para publicar sus artículos y se le impidió impartir clases como profesor de Filosofía y Letras.

A principios de los cincuenta, después de haber sido «vetado» para acceder a la cátedra que Ortega dejó vacante, Marías impartió cursos como profesor invitado en las Universidades norteamericanas de California, Harvard, Yale y Puerto Rico. Como conferenciante expuso su pensamiento en los más importantes centros culturales del mundo, al tiempo que reflexionaba sobre la actualidad desde las páginas de ABC, del que ha sido uno de sus más asiduos y fieles colaboradores. En 1931 conoció en la Universidad a la que sería su mujer desde 1941, Dolores Franco Manera, con quien tuvo cuatro hijos: Miguel, Fernando, Javier y Álvaro. «Mi mujer fue lo más importante de mi vida. Con su muerte desapareció mi proyecto vital de tantos años, lo que le había dado su sentido. Yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa». Esta frase mostraba su noble estado de ánimo ante esta desaparición de la que sólo le consolaba su convencimiento de que la vida no termina con la muerte: «Si así fuera, la felicidad sería un engaño».
Se dice en los círculos privados que una de sus mayores satisfacciones fue la presentación en 1998 de la cuarta edición del libro «España como preocupación», escrito por su esposa Dolores Franco, la cual reflexiona sobre el ser de España a través de lo que de ella dijeron nuestros grandes escritores, desde Cervantes hasta Ortega, haciendo especial referencia a los hombres del 98. Marías aseguró entonces que tenía especial interés en que esta obra se reeditara para que la lean los jóvenes en una época «en la que se está haciendo la caricatura de la historia española de este siglo; una caricatura vergonzosa, una calumnia de España». En 1971 fue elegido correspondiente de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico. Fue además miembro de la «Hispanic Society of America», de Nueva York; del «Institut International de Philosophie», de la «International Society for the History of Idees», y del «Council of Scholars» de la Biblioteca del Congreso de Washington.

El 15 de junio de 1977 el Rey Juan Carlos I le nombró senador real y en enero de 1979 fue elegido presidente de la Fundación de Estudios Sociológicos (FUNDES). En el verano de 1980 fue nombrado catedrático «honoris causa» por la Universidad de la ciudad de Buenos Aires y cinco meses después tomó posesión de la recién creada cátedra «José Ortega y Gasset de Filosofía Española», de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. En diciembre de 1982, Julián Marías se convirtió en el primer intelectual de lengua española nombrado por Juan Pablo II miembro del Consejo Internacional Pontificio para la Cultura. Un nombramiento que le colmó de satisfacción.

Por otra parte Julián Marías es autor de más de cincuenta libros, entre los que cabe recordar los siguientes títulos: «Introducción a la Filosofía», «Historia de la Filosofía», «Nuevos ensayos de Filosofía», «La Escolástica en su mundo y en el nuestro», «Estructura social», «Ortega y la idea de la razón vital», «El existencialismo en España», «Idea de la Metafísica», «Biografía de la Filosofía», «Ortega, circunstancias y vocación», «Nuestra Andalucía», «La España real», «La devolución de España», «Método histórico de las generaciones», «Los españoles», «La imagen de la vida humana», «El oficio del pensamiento», «Justicia social y otras injusticias», «La mujer en el siglo XX», «Cinco años de España», «Problemas del Cristianismo», y «Ser español». Nuestro filósofo escribió con gran lucidez y claridad artículos periodísticos de alta calidad sobre los temas más graves y candente actualidad.

En diciembre de 1988 presentó el primer tomo de sus memorias, «Una vida presente», que recoge su vida desde 1914 a 1951 y que definió como «una narración vital que pretende poseer la vida y comunicarla, y un compendio de gratitudes». En 1989 completó las memorias con la publicación de otros dos volúmenes. Tampoco faltaron los galardones recibidos, entre los cuales cabe destacar el premio Fastenrath por «Miguel de Unamuno»; el Kennedy del Instituto de Estudios Norteamericanos, de Barcelona; el Juan Palomo por «Antropología metafísica», el Gulbeenkian de Ensayo, el de la Academia del Mundo Latino; el Ramón Godó de Periodismo, el León Felipe de Artículos Periodísticos, el del Colegio Oficial de Farmaceúticos de Madrid y el Mariano de Cavia, que recibió en 1985 por su artículo «La libertad en regresión», publicado en la Tercera de ABC.

En abril de 1988 fue galardonado con el premio Castilla y León de las Letras, y el premio Bravo, que otorga la Conferencia Episcopal Española. El 16 de diciembre de 1990 ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con el discurso titulado «Reflexión sobre el cine», ocupando la plaza en la sección de Artes de la Imagen. En 1991 inauguró en París la cátedra Miguel de Cervantes, creada por el Comité de Lengua Española de la UNESCO, con una conferencia sobre el autor del Quijote. Ese mismo año presentó su nuevo libro «Cervantes clave española» en la Universidad de San Juan de Puerto Rico y formó parte del Comité de Expertos de la Exposición Universal de Sevilla. Por último en 1996 recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Marías se consideró miembro de la denominada Escuela de Madrid y presentó de forma sistemática los temas capitales filosóficos a la luz de la filosofía de la razón vital de inspiración orteguiana. Presidente de la asociación Fundes-Club de los 90, en 1993 publicó «Literatura y fantasma», una recopilación de ensayos y artículos, todos ellos sobre asuntos literarios. En el año 1994 se le dedicaron diversos homenajes con motivo de su 80 cumpleaños, entre ellos tres mesas redondas en el Instituto de España, donde Julián Marías enfocó su trayectoria como escritor, como filósofo y como humanista. ABC Cultural le dedicó entonces unas páginas especiales a un pensador esencial. La Universidad Pontificia de Salamanca de nombró doctor “honoris causa”.

Pero la vida sigue su curso para todos y Julián Marías no podía ser una excepción. [...] Quizá, con seguridad, ya no escriba más. La razón es divina, como nos recuerda Lope de Vega. Dios es Lógos, es Razón. Y la ha depositado en nosotros, aunque a veces se debilite debido a nuestra fragilidad. No perdamos la esperanza. Mientras gracias a esa fuerza me encamino a Dios e imagino cerca, con ilusión, la vida perdurable, pido a mis amables lectores -que me han acompañado benevolentes y atentos durante tanto tiempo- tengan presente el último verso de ese primer soneto de las Rimas sacras de Lope: "Vuelve a la patria la razón perdida", cuando su luz venza mi oscuridad. Esa luz perpetua que siempre me iluminará. Nos iluminará, divina y admirablemente, a todos con su hermosísima claridad. Con su todopoderosa fuerza”.
Son sus palabras tomadas del prólogo a La fuerza de la razón, Madrid, 2005. Y no consta que escribiera más. Pero esto no es todo. Unos años antes en el curso de una entrevista (José Luis de Olaizola “Más allá de la muerte”, Planeta, Barcelona, 1994, p.177), después de hablar de la trascendencia, del más allá y de la vida eterna, añadió: “Yo siempre he pensado que mi mayor confianza de entrar en la gloria la tengo en que Lolita (su esposa fallecida) conseguirá abrirme las puertas del cielo. De recién casados, dentro de nuestras modestas posibilidades, procurábamos viajar y conocer España. Teníamos pasión por las piedras viejas y por la historia que en ellas se reflejaba. Visitábamos pequeñas iglesias, en las que Lolita entraba siempre a rezar, por supuesto, y a no perderse detalle. A veces eran iglesias medio abandonadas, cerradas, y siempre me admiraba el olfato que tenía mi mujer para averiguar dónde encontrar al cura o al sacristán que tuviera la llave; y al encanto persuasivo con que los convencía para que nos abrieran. Pues la misma maña se dará para que me abran las puertas del cielo”. Después volveremos sobre el profundo significado humano y teológico de estas palabras.

2. CON AMOR Y “RESENTIMIENTO”

El ilustre novelista Javier Marías, hijo de Julián Marías el filósofo, escribió un apasionado artículo sobre su padre cuando éste cumplió 80 años de edad, y once años más tarde lo publicó de nuevo en diversos medios de comunicación sin cambiar ni una tilde. Me parece oportuno reproducirlo íntegramente porque refleja los comprensibles sentimientos de un buen hijo hacia su padre al tiempo que me va a permitir hacer después algunas matizaciones. Este es el texto originalmente publicado en El País el 16 de junio de 1994:

“No está bien que sea yo quien escriba este artículo. Es poco elegante que el padre hable del hijo o el hijo del padre. Pero el padre cumple ochenta años el 17 de junio y el hijo ha tenido que oír en su vida demasiadas sandeces en boca de imbéciles o de malvados. En este país casi nadie recuerda nada; de los que recuerdan; muchos falsean; y los que no tienen edad simplemente no saben. Además, en la literatura y el cine hay tradición de hijos justicieros, o vengativos o rencorosos. No me importa hacer por una vez ese papel. Este es un artículo, así pues, rencoroso, como podrían serlo los que escribieran los vástagos de otros republicanos, fuera cual fuese la profesión de sus padres. Este padre tenía seguramente dos vocaciones, por recuperar la palabra antigua pero vigente en su juventud: la de escritor y la de profesor. La segunda no pudo cumplirla, la primera sí, y mucho, pero a duras penas durante bastantes años. El padre estuvo en el bando republicano durante la Guerra Civil; escribía en el Abc de Madrid y en Hora de España: colaboró con Besteiro -tan ensalzado hoy por los socialistas y por casi todo el mundo-, hasta su rendición y aun después. Al terminar la contienda, fue denunciado por su mejor amigo y por un profesor de arqueología que luego reinó en su cátedra durante largos decenios (el supuesto amigo también obtuvo la suya más adelante, en Santiago, y aún se las dio de izquierdista). Pasó un tiempo en la cárcel y pudo ser fusilado. Fue juzgado cuando lo que había que demostrar era la inocencia; tuvo suerte, y algún bendito testigo al que cuando el juez le espetó: "Oiga, le recuerdo que usted ha sido llamado como testigo de cargo", tuvo el valor de contestar: "Ah, yo creía que se me había llamado para decir la verdad". Pudo salir, pero se encontró con la hostilidad y el veto del régimen victorioso.

Por razones políticas le fue suspendida la tesis en 1942, no pudo ser doctor hasta 1951, año en el que por fin se le permitió publicar artículos en la prensa diaria. Cuando la cátedra de su maestro Ortega hubo de cubrirse en 1953, un influyente miembro del Opus escribió que si el padre llegaba a ocuparla la consecuencia sería clara y funesta: nada menos que "la República". El padre no opositó. Se sabe que cuando fue propuesto para la Real Academia, Franco se lamentó con estas palabras: "Es un enemigo del régimen, pero no puedo hacer nada. Sobre la Academia no tenemos control directo". Cuando amainó la ira y se pudo pensar que el padre se incorporara por fin a la Universidad, él no estaba dispuesto a solicitar el certificado de adhesión al régimen que por fuerza obtuvieron cuantos sí se incorporaron a ella; todos, también los legendarios héroes que fueron expulsados más tarde.

¿Qué ocurría con los compañeros de generación mientras tanto, durante la guerra y la victoria? Algunos han muerto ya y otros están vivos y son muy celebrados: unos con justicia, otros sin tanta. Todos fueron cambiando, unos pronto, otros tardíamente. Algunos reconocieron sus debilidades o equivocaciones del pasado; otros las ocultaron; algunos hasta las negaron y tergiversaron, biografía-ficción debería llamarse el género. No importa mucho hoy día. Pero en los años treinta y cuarenta y cincuenta sí importó bastante. Y así, mientras al padre le pasaba cuanto vengo contando, el otro filósofo tildaba en un libro de "jolgorio plebeyo" a la República y ocupaba el saneado puesto de delegado de Tabacalera en una provincia; el novelista eximio se ofrecía como delator y luego recibía alguna condecoración franquista; el poeta, el humanista, el filólogo, el otro novelista: todos de Falange, colaboradores del diario Arriba, o rectores de Universidad, o intérpretes entre Franco y Hitler; fue ministro quien luego pudo defender al pueblo, tuvo cargos institucionales el historiador que lanzó soflamas en plena guerra contra "los tibios". Nadie les ha pasado cuentas, y está bastante bien que así sea. La etapa democrática los ha jaleado y los considera maestros. Lo serán sin duda, de sus disciplinas. Mientras tanto el padre republicano y vetado ha sido más bien ignorado por esta etapa democrática, por los herederos de Julián Besteiro. No ha tenido reconocimientos oficiales, igual que en tiempos de Franco. Ni siquiera un mísero Premio Nacional de Ensayo, que se ha otorgado hasta a autores noveles con obras más bien escolares. Nada de esto es grave, no creo que al padre le importe mucho. Pero el hijo ha tenido que escuchar muchas sandeces en boca de imbéciles y de malvados. En otro periódico escribió una semblanza pacífica. Se disculpa por hacer hoy público en este su resentimiento”.

3. FILÓSOFO Y CATÓLICO


Es obvio que, para ser un buen filósofo, no se requiere ser creyente o no creyente, católico o protestante, judío o musulmán. Sólo se requiere ser una persona normal y usar correctamente la inteligencia. Dos condiciones que pocas veces se dan juntas y en buena armonía. Lo más frecuente es que los sentimientos y las meras creencias rijan nuestra vida corriente dejando el uso de la razón sólo para los momentos neurálgicos de la vida. Toda persona humana es filósofo por naturaleza. Lo cual significa que todos los seres humanos nacemos dotados ontológicamente de capacidad para razonar. Lo que ocurre es que esa capacidad no se desarrolla al mismo ritmo que el soporte biológico corporal sino más lentamente. A causa de esta asimetría evolutiva el desarrollo de la inteligencia arrastra bastantes años de retraso respecto del desarrollo biológico. Ocurre así que cuando despertamos al uso de la razón llevamos mucho tiempo viviendo a merced de los instintos biológicos primarios y del mundo de hábitos, creencias y costumbres que nos rodean. Pero antes o después llega el momento de asumir racionalmente nuestras responsabilidades frente a los grandes problemas de la vida y es cuando nos encontramos en el trance de poner a pleno rendimiento el uso de la razón y la experiencia propia de la vida. Todos los grandes filósofos tuvieron alguna experiencia profunda de la vida que les impulsó a pasar por el filtro de la razón su pasado, presente y futuro. Es el momento de optar por la búsqueda apasionada de la verdad última y definitiva de todo en todos los sectores de la realidad.

Pues bien, Julián Marías sintió esa vocación filosófica de una manera determinante cuando entró en contacto personal con José Ortega y Gasset, Manuel García Morente y Xavier Zubiri, entre otros. En particular le fascinó Ortega por su teoría vitalista y la brillantez expresiva. De hecho sus relaciones personales sobrepasaron el buen entendimiento profesor/alumno convirtiéndose en amigos personales y compañeros de camino en el quehacer de la filosofía. Marías no sólo fue el discípulo fiel de Ortega sino un maestro del pensamiento filosófico bajo la impronta de Ortega y mucho más. Marías pasa a la historia como filósofo. De esto no cabe la menor duda. Con el título ¿El último filósofo?, la revista Ecclesia (3.289) publicó el siguiente Editorial: “La reciente muerte, a los 91 años de edad, del filósofo y escritor español Julián Marías es ocasión para conocer y reconocer su gran labor filosófica, las hondas raíces de humanismo y de cristianismo en las que ha estado inserta y los frutos de libertad y de valores que ha conllevado. En la escuela y en la “secuela” de Miguel de Unamuno y de José Ortega y Gasset, Julián Marías es ya el último gran filósofo contemporáneo muerto. Y también desde ECCLESIA queremos rendirle homenaje, reconocimiento, gratitud y plegaria.

El oficio del filósofo ha sido y es imprescindible para la humanidad. Y cuando la filosofía ha estado y está impregnada de raíces y de realizaciones cristianas, la filosofía es más grande y la fe cristiana se reviste de renovadas razones. Julián Marías fue un extraordinario filósofo y un buen cristiano. No sólo no ocultó jamás su condición de creyente sino que hizo pública profesión de ella. Su fe cristiana no le restó ni mucho menos rigor intelectual y prestigio en la sociedad. Tras su muerte, no podemos caer ni en el vacío ni en la nostalgia. Necesitamos filósofos cristianos como él. De ahí, la necesidad de leyes educativas con entidad; y de reivindicar el valor de la filosofía y el valor del humanismo cristiano como bases insoslayables para crear una humanidad mejor”.

Sin embargo, Julián Marías, como todos los que tratamos de vivir de forma más civilizada y razonable, no pudo evitar su decepción. No que la filosofía le decepcionara sino que "la filosofía se haya abandonado". "Hasta en Alemania, que era un país con una interesante trayectoria filosófica, se ha perdido la vocación por la filosofía. Y eso que la sociedad contemporánea la necesita más que nunca". Por eso, añadió con ironía y resignación: "los filósofos somos cuatro gatos sin ninguna importancia social". De hecho los estudios filosóficos en las universidades tienden a desaparecer. En los tiempos que corren, en efecto, el pensamiento filosófico no cotiza en la bolsa de valores ni parte ninguna. Los verdaderos filósofos como Marías desaparecen a pasos agigantados y en su lugar irrumpen los ideólogos y demagogos sociales de la política, de la economía y de los nuevos dioses de la impiedad. La sentencia de Julián Marías refleja la situación lamentable de la filosofía como institución de interés público. Los filósofos que quedan lo son a título de privacidad o bien la ejercen como mera transmisión de conocimientos ajenos en razón de un salario para sobrevivir. Cualquier cosa menos hombres o mujeres fascinados por la búsqueda del sentido de la verdad y la vida aunque sea sin reconocimiento social o a precio de hambre.

Pero Julián Marías fue también un hombre que tuvo a Dios como la piedra angular de su vida. En los tiempos que corren estoy convencido de que hacer esta constatación no es “políticamente correcto”. Pero precisamente por ello, por la “inoportunidad política”, es más interesante y necesario romper los esquemas impuestos por la sinrazón, en nombre de la razón y de la verdad. El verano de 1933 la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense organizó una gira por el mediterráneo en un Crucero con 180 pasajeros a bordo entre profesores y estudiantes al frente del entonces Decano de la Facultad Manuel García Morente. El propio Marías confesó alguna vez que la experiencia de aquel viaje marcó un hito profundo en su fe cristiana. En 1982, cuando el papa Juan Pablo II creó el Consejo Internacional Pontificio para la Cultura, Julián Marías fue el único español entonces integrante del mismo.

Por otra parte, Julián Marías colaboró activamente con las más altas instituciones católicas. Por ejemplo, en el encuentro «La ciencia en el contexto de la cultura humana» organizado por el Consejo Pontificio de Cultura junto con la Academia Pontificia de Ciencias (del 30 septiembre a 4 de octubre de 1991), en el simposio pre-sinodal que se celebró en el Vaticano del 11 al 14 de enero de 1999. En una ocasión me dijo confidencialmente que su nombramiento por Juan Pablo II como miembro de la Academia Pontificia de Ciencias le causó una alegría profunda por el honor que suponía un nombramiento de esta naturaleza. Algún entrevistador le preguntó cómo compaginaba su condición de católico con sus buenas relaciones con personajes del estilo de Besteiro o simplemente no creyentes. En tono humorístico contestó que “cada uno es cada uno”. O lo que es igual, precisamente por ser católico, un pensador está más capacitado para tratar sin miedo ni complejos con cualquier persona normal y que use la razón. Sobre la historia rocambolesca de su tesis doctoral y título de doctor por la Universidad Complutense de Madrid el lector queda remitido a la versión que el propio Julián Marías nos ofrece en sus Memorias aparecidas en el año 2008.



4. REFLEXIONES SOBRE LA FIGURA DE JULIÁN MARÍAS


Conocí personalmente a Julián Marías hace más de treinta años en una casa de libros antiguos en el centro de Madrid. Si la memoria no me falla, éramos los dos únicos clientes en el interior de una estancia recóndita del local. De momento cada cual tomábamos uno y otro libro que nos parecía interesante y lo escudriñábamos atentamente. Obviamente él no tenía motivo ninguno para conocerme a mí, pero yo le reconocí inmediatamente. Al principio me abstuve de interrumpirle pero a medida que pasaron los minutos perdí la vergüenza y me decidí a saludarle interrumpiendo su lectura. Me olvidé de los libros, me acerqué a él, le saludé por su nombre y me presenté. Fue un acierto. No sólo no se sintió molesto por la interrupción inesperada sino que me trató con admirable respeto y cortesía. Tal vez por mi juventud y espontaneidad. Pero hoy estoy convencido de que debió agradarle el hecho de verme joven y caminando por la senda de la investigación y búsqueda de la misma verdad que él. El encuentro entre los buscadores de verdad nunca es fortuito y siempre gratificante. Hoy, cuando seguro que él ya encontró la meta de la verdad hacia la que caminaba, me resulta más significativo aquel fortuito y feliz encuentro cara a cara sin la mediación de los libros.

Como queda dicho, en 1982 fue Julián Marías fue designado por Juan Pablo II miembro de la Academia Pontificia de la Ciencia por él fundada. Fue el primero y único español llamado por el gran Pontífice para formar parte del equipo científico de tan prestigiosa Institución. Tras la celebración de un acto académico en la anterior sede de la Biblioteca de Autores Cristianos en Madrid Marías aprovechó un momento para quedarnos solos y decirme confidencialmente que tal nombramiento había constituido una de las mayores satisfacciones de su vida. Se sentía profundamente gratificado en lo más profundo de su ser. En aquellos momentos no alcanzaba yo a entender el calado de esta satisfacción. Hoy sí lo comprendo teniendo en cuenta su casta de filósofo genuino y su probada fe cristiana.

En otra ocasión una Universidad chilena quiso llevarle para participar en unas jornadas intelectuales. Al tratar de encontrar un exponente magistral del pensamiento filosófico pensaron en él y me encargaron a mí que hiciera de intermediario para conseguir que aceptara la invitación. No recuerdo exactamente sus palabras textuales pero sí su contenido. La respuesta fue la que cabía esperar de un hombre entrado en años, realista ante la vida y con la cabeza en su sitio. Primero, que agradeciera de corazón a los organizadores del acto académico el hecho de haberse acordarse de él. Y segundo, que, en razón de su edad, se veía obligado a restringir ya sus compromisos por lo que pedía comprendieran las razones por las que se veía constreñido a declinar la invitación. Dicho lo cual como recuerdo cariñoso del ilustre finado, voy a intentar hacer algunas observaciones sobre las críticas vertidas en su contra y el valor testimonial de su vida como filósofo cristiano.

A Julián Marías le tocó vivir entre los embates del nazismo alemán, del comunismo soviético, del franquismo y de todos los extremismos ideológicos y políticos del siglo XX. En una situación así se plantea el problema de la supervivencia. Y para sobrevivir (física e intelectualmente) en tales circunstancias no queda otra alternativa honesta que la independencia en la forma de pensar y de vivir. Lo cual tiene el inconveniente de que los golpes pueden llegar de todas partes. Ahora bien, Marías encontró la fórmula de su independencia intelectual y política convirtiéndose en el abanderado de José Ortega Gasset. Lo cual tampoco le favoreció. Ortega no estaba bien visto ni por marxistas ni por cristianos. Para los primeros era un reaccionario y para los segundos un peligro para la ortodoxia del nacional-catolicismo español. Es obvio que todo este engrudo circunstancial no podía tener cabida en la cabeza de un filósofo de raza como Julián Marías. Con estas observaciones sólo quiero destacar el hecho de que todos somos en buena parte hijos de nuestro tiempo y que, antes de hacer valoraciones críticas precipitadas hay que tener en cuenta estas circunstancias y situaciones. Dicho lo cual sigamos adelante.

Comprendo que en 1982 Javier Marías escribiera su “resentida” requisitoria a favor de su padre recordando el trato recibido como filósofo y escritor universal hasta entonces. Lo que entiendo menos es que en el año 2005 haya reproducido el mismo artículo como si desde 1982 al 2005 no hubiera ocurrido nada. A pesar de los pesares y aunque demasiado tarde, durante los últimos 20 años de su vida Julián Marías se ganó un gran respeto como filósofo lúcido y brillante capaz de tratar con racionalidad y cordura cualquier asunto de actualidad con un lenguaje asequible y cercano. De hecho muchos le han considerado como uno de los representantes más cualificados de la filosofía auténtica en los últimos tiempos.

Tampoco es verdad que los medios de comunicación hayan infravalorado la noticia de su muerte. Cuando murió Ortega y Gasset, por ejemplo, los medios de comunicación recibieron instrucciones de la Administración cómo había que dar a conocer que el filósofo había pasado a mejor vida sin pena ni gloria. En la muerte de Julián Marías, en cambio, salvo anécdotas pintorescas y trasnochadas, tengo la impresión de que, tanto en España como fuera de España, no se escatimaron palabras de reconocimiento y elogio hacia su figura. Me cuesta creer que haya habido un silencio mediático táctico. Otra cosa es la ignorancia. La filosofía no cotiza socialmente y nada tiene de extraño que a muchos la muerte de un filósofo como Marías les tenga sin cuidado. Pero este es ya otro cantar.

A Julián Marías se le ha tildado de antimarxista incondicional y de fanatismo orteguiano. Sobre lo primero no vale la pena perder el tiempo discutiendo. Ningún pensador lúcido y libre podía simpatizar, y menos aún apoyar, al marxismo, el cual puede ser considerado hoy día como el mayor timo o engaño intelectual de la historia. Tampoco vale la pena tener en consideración las críticas por su alergia al nazismo, al socialismo de baja estopa como el actual en España, o de los círculos del viejo franquismo. Todo eso pertenece al pasado y Marías tuvo que soportarlo para poder sobrevivir como hombre que usó la cabeza y los sentimientos más nobles. Para sobrevivir en un contexto adverso hay que pactar con la vida y aprender a convivir con personas y regímenes políticos inaceptables.

Sobre el orteguismo de Marías yo mismo estuve convencido durante algún tiempo de que era exagerado. Incluso llegué a pensar que el ser discípulo tan fiel de Ortega y Gasset le había impedido ser él mismo un filósofo más creador y maestro de la razón. Pero siguiendo su trayectoria he cambiado de parecer. Hoy comprendo que a los 18 años de edad Marías quedara fascinado por la claridad y brillantez expositiva de Ortega y su teoría “vitalista”. Probablemente lo más notable del pensamiento orteguiano sea su intuición y convicción sobre el valor de la vida humana como punto de partida sólido y término feliz de cualquier discurso racional digno de tal nombre. Julián Marías hizo suya con pasión esta convicción pero completándola con las certezas de la fe cristiana de las que Ortega careció. Por eso no es verdad que Marías fuera un mero repetidor de Ortega. Otra cosa es el método de la cortesía expresándose en un lenguaje llano y accesible a cualquier persona de cultura media. En esto su fidelidad a Ortega constituye un mérito. Pero en Julián Marías hay mucho más contenido filosófico y de más calidad que en Ortega. Basta recordar su preocupación constante por los problemas específicos del cristianismo. Ortega perdió la fe cristiana mientras que Marías la incorporó a su vida como una ventana siempre abierta a la trascendencia y la esperanza.
Sobre la marginación académica de Julián Marías en el contexto universitario español no encuentro nada sorprendente. Su delito, tanto para la aprobación de su tesis doctoral como para acceder después a la cátedra universitaria, consistió en no declararse oficialmente a favor del régimen franquista de turno. Por aquellas calendas había dos condiciones indispensables para acceder sin problemas a las cátedras universitarias. Una, ser políticamente franquista sin fisuras. Otra, ser intelectualmente tomista. Marías no hizo profesión oficial ni de lo uno ni de lo otro y pagó las consecuencias.

Paradójicamente las cosas no han cambiado sustancialmente con el paso de los años y los cambios políticos. Incluso en algunos aspectos han empeorado. Sí, algo ha cambiado. ¿Cómo no? En los tiempos de Julián Marías, para ser promovidos en la Universidad española había que ser abiertamente franquistas o tomistas. Pero las generaciones posteriores no hemos tenido mejor suerte. Para nada nos servió presentarnos con la ley en la mano y un currículo intelectual competitivo. Había que tener un buen “padrino” en el tribunal o militar en el marxismo o el socialismo. Sin olvidar los casos en los que el estar en la cárcel por delitos de sangre se convierte en una circunstancia favorable indiscutible. ¿En qué hemos mejorado? Se comprende que Julián Marías optara por impartir sus magistrales enseñanzas en otros países en lugar de perder el tiempo opositando a cátedra en España.

Puestos a encontrar aspectos discutibles sobre la trayectoria personal y legado filosófico de Julián Marías de seguro que los encontraríamos. Pero es curioso observar a este respecto hasta qué punto la polémica con Santiago Ramírez, entorno a Ortega y Gasset, ha sido unánimemente olvidada. La verdad es que no vale la pena volver sobre ella y me parece más útil destacar algunos aspectos positivos de capital importancia en sí mismos y por su actualidad. Por ejemplo, la puesta al día de la teoría orteguiana de la razón vital. La vida humana en nuestros días es un valor a la baja y el uso de la recta razón lo menos frecuente. Razón vital quiere decir que la vida humana es la piedra angular de todos los valores perceptibles por el hombre y que ésta no puede separarse del uso de la razón. La vida es instrumento de la razón. No es que haya una razón y una vida por separado sino que la vida misma es el instrumento primario de la racionalidad. La razón es vital, es decir, está impresa formalmente en la propia vida del hombre. Vivir es razonar y razonar es fundirse con la vida. Por ello el hombre auténtico y cabal respeta su vida y usa la razón. Un comportamiento personal que se intenta después aplicar a los demás. Desde esta concepción vital de la filosofía y su apuesta por la esperanza cristiana Marías no dudó en calificar las prácticas abortivas protegidas por la ley como “el delito del siglo XX”. Nuestro filósofo fue un muro de contención inconmovible contra todos los detractores de la vida humana desde mediados del siglo XX en adelante.

Otros dos temas fuertes que afrontó sin temblarle el pulso fueron los del dolor y la muerte. Aquí es donde proyectó más sus profundas convicciones cristianas. Tanto en su “Antropología metafísica” como en la “Perspectiva cristiana” sostiene que el hombre no es creador de su vida sino autor de ella. La vida en este mundo aparece como elección de la vida perdurable más allá de la muerte. Por ello los cristianos tenemos la exigencia de vivir esta vida terrenal con la mayor intensidad y esmero posibles. Por su parte, el dolor es una circunstancia personal que es preciso asumir y él ha sabido dar ejemplo de esta afirmación durante los últimos meses de su existencia terrenal. Sobre la muerte Marías lo tenía todo claro. Si el amor ha sido la salsa de la vida, la muerte pasa automáticamente a un segundo plano. Donde hubo amor no puede haber destrucción total sino continuidad de vida.

Para comprender el alcance de estas convicciones de Julián Marías hay que tener en cuenta, además de su fe cristiana, el amor y admiración que profesó siempre a su mujer. Cuando ella murió él se sintió emocionalmente desfondado. Pero de ningún modo desesperado o decepcionado. Al contrario, ella siguió siendo un horizonte de esperanza en otra vida mejor. He conocido un caso extremo en el que el amor de la esposa hacia su marido era tal que, cuando éste murió, ella perdió todo interés por la vida buscando la forma de suicidarse. Un Nobel de medicina ya fallecido amó tanto a su esposa que cuando ésta falleció él se hundió en una mar de desolación. En ambos casos la persona amada se había convertido en un “ídolo” o dios falso. El caso de Julián Marías fue justamente todo lo contrario. El amor auténtico a su esposa le ayudó a no confundir los ídolos terrenales con el Dios verdadero. En coherencia con su teoría de la razón vital y de su fe cristiana, una de las preocupaciones más grandes durante sus últimos años de vida fue el fenómeno social del terrorismo organizado, la producción y consumo de drogas así como la aceptación social de las prácticas abortivas, que, como dije antes, tipificó sentenciosamente como el delito del siglo XX. Como hombre con gusto estético y amante de las artes y la belleza, lo mismo escribía artículos de crítica cinematográfica que periodísticos de primera calidad denunciando las manipulaciones y conductas impropias de los medios de comunicación social. Quiero terminar estas palabras de recuerdo agradecido a este caballero del pensamiento filosófico diciendo que amó la vida, la verdad y la belleza y murió con la esperanza merecida de quienes creyeron en el Dios verdadero y no en ídolos de su propia creación. (NICETO BLÁZQUEZ, O.P)